Eurovisión y política.

Eurovisión, política y democracia
La reciente participación de Israel en Eurovisión ha reavivado el debate sobre la relación entre música y política. En este artículo, Miguel Garrido Sola reflexiona sobre la responsabilidad de artistas y ciudadanía ante el genocidio en Palestina y la importancia de no delegar nuestra voz.

 

Por Miguel Garrido Sola, parlamentario foral de Contigo Navarra – Zurekin Nafarroa

“No voy a pronunciarme porque no soy política, soy artista y soy cantante. Eso que lo aclaren y hablen los políticos, que para eso se dedican a eso”. Estas son las palabras con la que Melody, en la primera rueda de prensa tras Eurovisión, despachaba toda la polémica relativa a la participación y el resultado de Israel en el certamen, cuya valoración resumía con un “la que se ha liado”.

Y no, lo llamativo de todo el asunto no es que una cantante que teme perder apoyos en función de cómo se posicione en este asunto eche balones fuera. Lo llamativo es que el trasfondo de la rueda de prensa es que está convencida de que no es su responsabilidad, o incluso su cometido, opinar sobre asuntos políticos. Que los asuntos políticos son “un lío”, algo molesto de lo que es preferible librarse, y que, de hecho, para eso hay “políticos”, personas dedicadas a tratar esos temas, que posibilitan al resto de la sociedad no tener que pensar en ellos.

Y así, de un plumazo, acaba de convertir a la política en un sector o estamento diferenciado del resto de la sociedad, como si fuera un gremio profesional más, y con ello, se está posicionando contra el principio más fundamental de la democracia: la soberanía popular, o, dicho de otra manera, el poder y la responsabilidad compartida de un pueblo de tomar sus propias decisiones.

Pero lo verdaderamente preocupante no es que Melody piense así, sino que es un pensamiento cada vez más extendido en la sociedad. Lo dice plenamente consciente un parlamentario foral, es decir, una persona que actualmente pertenece a eso que a veces de denomina “la clase política”, y que ha escuchado en numerosas ocasiones eso de “para eso os pagamos” o “ese es vuestro trabajo”. Y sí, es cierto que se nos remunera con generosidad. Y sí, es nuestra responsabilidad asociada al cargo público representar a la ciudadanía, en este caso Navarra, en el plano institucional. Representarla en el debate parlamentario, en la elaboración legislativa o la acción de Gobierno. Pero no piensen ni por un instante que es nuestra labor, ni nuestro deber, ni tan si quiera nuestra capacidad, la de sustituir a la ciudadanía, su participación en el debate público y mucho menos pensar por ella o determinar cuál es su opinión.

Porque nuestra labor fundamental no es representar los intereses de un conjunto de personas, o de otro, ni tratar de conciliarlos, ni de imponer unos sobre otros -aunque, no nos engañemos, la política ordinaria tiene mucho, tal vez demasiado, de todo ello-. Nuestra labor fundamental es representar y hacer efectiva la voluntad popular. Una voluntad que va mucho más allá de los intereses; que tiene que ver con los anhelos, con las aspiraciones y con los valores de todo un pueblo.  Y eso no lo podemos sustituir, nos paguéis lo que nos paguéis a los cargos públicos. Si limitamos la política a una profesionalización de la gestión de intereses de uno y otro colectivo, convertiremos la democracia en poco más que un sistema clientelar entre políticos y colectivos.

Hasta tal punto llega la desorientación con la política, que, a raíz de las declaraciones de Melody, leo en las crónicas de los periódicos que en las bases de eurovisión se prohíbe que en las canciones o actuaciones se traten temas políticos. ¿Pero no es eurovisión un certamen que promueve el europeísmo? ¿Y no tratan muchas canciones de asuntos como la libertad sexual o la identidad de género o de la libertad o empoderamiento de las mujeres? Y sobre todo ¿Qué es eso de tratar de imponer por las bases del concurso una censura política generalizada?

La política son el conjunto de asuntos comunes o colectivos que tenemos como sociedades, conviene recordarlo ¡Cómo se vamos a prohibir cantar o actuar sobre cualquiera de ellos!

Así que sí, me preocupa enormemente ver cómo tratamos de relegar la política a una cuestión sectorial, apartada de los espacios sociales o artísticos, como es el caso, y casi como un elemento incómodo que es mejor esconder. Y me preocupa aún más que se haga en un marco de discusión sobre la participación de un país que actualmente está cometiendo un genocidio. ¿Se imaginan al comandante de las SS en Auschwitz argumentando que no puede opinar de lo que pasaba dentro, porque no es un político? No es mi intención comparar situaciones incomparables, pero sí provocar una reflexión en torno a la dimisión de cada vez más sectores de la sociedad de su responsabilidad e identidad política intrínseca a su condición humana, y más aún a su condición ciudadana.

Soy plenamente consciente de que la política es difícil, en incómoda y es un terreno permanente de grises si se aborda con la responsabilidad que requiere. Pero si quienes nos precedieron lucharon tanto por la democracia, fue precisamente para asumir en primera persona la capacidad de autodeterminar su futuro, y con ello, convertirse en una sociedad adulta y madura capaz de gestionar la incomodad y dificultad intrínseca a la libertad para decidir. Así que, si algo pretendo con este artículo, es lanzar el siguiente mensaje: la infantilización de la sociedad y la fragmentación de la responsabilidad democrática compartida solo genera el caldo de cultivo para que cale el mensaje populista reaccionario, que propugna la necesidad de una minoría dirigente fuerte capaz de encauzar el destino de la nación. Una concepción paternalista de la política, que pretende utilizar la frustración actual para hurtarnos la capacidad de decidir nuestro propio destino. La alternativa a la vuelta de los autoritarismos debe ser una profundización democrática de nuestras sociedades, es decir, una mayor implicación y conocimiento de la ciudadanía respecto a los desafíos comunes que tenemos.

Así que, quizá este no sea el mensaje más atractivo, pero es en el que creo. La capacidad de construir una alternativa a la situación que vivimos hoy y a la propuesta reaccionaria no puede dejarse en exclusiva quienes actualmente estamos dedicados en un momento dado a la política institucional, sino que reside en el conjunto de la sociedad. Porque la democracia trata, en el fondo, de asumir esa responsabilidad. O dicho de otra manera más directa. Nuestro futuro, también con relación a si decidimos permitir o no el genocidio en Palestina, seas cantante, o artista, o trabajes en una oficina, en un despacho, en un hogar o en una fábrica, depende, también, de ti.

No te calles, no delegues tu libertad de expresión y mucho menos de pensamiento, participa de los asuntos comunes que nos corresponden a todas y posibilita así, que, desde una acción verdaderamente democrática, podamos construir una alternativa de futuro para lograr una sociedad mejor.